Vivir tres meses recluyéndote en la oscuridad y con el aire acondicionado (en el mejor de los casos) para sobrevivir a los rigores del calor madrileño en aquella época de juventud o asignaturas pendientes era una cosa, pero ahora, con una niña que sólo quiere calle y una panza que me tiene el estómago del revés desde el primer día, la sola idea de recordar estos TRES meses de infierno me da vértigo.
Todo un año de orden y disciplina, de horarios y buenas costumbres y llega el maldito verano y se te va todo al garete. Definitivamente el calendario está mal diseñado, las tierra debería alejarse un poco más del sol o yo debería vivir en Trondheim.
Pero ha tenido sus cosas buenas, no sólo de calores, náuseas y asilvestramiento se ha tratado.
Hemos pasado más de un mes en el pueblo y hemos rescatado mis juguetes de la infancia, hemos hecho grandes progresos piscineros y mucha vida familiar. También hemos hecho excursiones, hemos ido a la playa... y en algún momento de todo esto la peque se ha soltado a hablar como una mayor, come casi de todo, ya sólo usa pañal por la noche, duerme en la cama y ya casi no va en carrito a ninguna parte...
Voy a tratar de recordar todas esas cosas buenas y no los agobios de buscar planes frescos, las tardes de sudores en el parque, las noches de "no me da la gana dormir" y los días interminables de malestar.
¿Es el otoño estación de madres y el verano estación de niños?... ¿Me estoy haciendo mayor?...
Recibamos al otoño con los brazos abiertos. El horario, el orden, el fresquito, los planes en casa, el abrigo, las botas de lluvia... ¡ay! que me emociono sólo de pensarlo :-)
Feliz equinoccio donde quiera que estéis.
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